miércoles, 26 de diciembre de 2018

¿QUÉ HORAS SON, MI CORAZÓN?


Hoy concluyo este 26 de diciembre al que ya refería ayer con la amarga sensación de que hay razones más que de peso para que el especialista de la Seguridad Social me haya ampliado hoy la baja por espacio de 31 días más. Y ya no sólo me refiero a las concernientes al trastorno de ansiedad que tengo diagnosticado y que él mismo ha podido comprobar que sufro cuando me ha comunicado que mi nombre no estaba entre la relación de pacientes prevista, lo que me ha causado mucho nerviosismo y me ha obligado a realizar alguna gestión para que me pudiera tratar aunque fuera de urgencia. No. No sólo está ese desorden o el que derivó en estado depresivo. Aparte, puedo atestiguar, está que el que tengo en la cabeza, que hoy he vuelto a detectar que no me rige bien. Que no la tengo centrada ni con frescura.

Resulta que tras pasar por la consulta y llegar a casa me he puesto a divagar y he reparado en la conveniencia de que no vuelva a caer en el olvido una onomástica que es muy especial para mi mujer y para  mí: la del 1 de enero. El de 2003 fue el día que nos conocimos y aunque no empezamos a salir oficialmente hasta el 24 de febrero siempre consideramos la llegada de año nuevo como la fecha de nuestro aniversario. El año pasado ninguno de los dos caímos en el simbolismo del momento hasta bien entrada la tarde. Y es que tras las campanadas de rigor fuimos gobernados por los típicos nervios, las respectivas felicitaciones, la amargura por ausencia de mi suegro y sobre todo, la emoción que nos embargaba por la proximidad del nacimiento de mi hija. Y este año no quiero que vuelva a suceder lo mismo, me repetí también una vez entrada la tarde.



Incluso lo estuve pensando momentos antes de que ella llegase del trabajo y me recordase que hoy, 26 de diciembre, se celebraba su santo. Algo que había olvidado completamente y que se hubiera tratado de un descuido considerable por mi parte si no hubiese sido por la ironía de que su regalo se lo entregué la semana pasada tras haberlo comprado días antes. Porque es que ya estaba yo en ese asunto desde principios de mes.

No sé si ya he comentado en alguna ocasión que nunca creo que llegue a estar a la altura humana de mi mujer, que como era de esperar me ha disculpado en todo momento y no me ha reprochado nada. Pero eso no quita para que me haya sentido mal. Bastante mal. E incluso, para que empiece a creer que con todo lo que llevo encima puede que incluso llegue el momento en el que pierda aún más la noción del tiempo y lo que tenga que preguntarle sea aquello de ¿qué horas son, mi corazón? Una pena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario