domingo, 30 de diciembre de 2018

UN BRINDIS POR 2018

Pese a todo lo que pueda parecer a tenor de lo contado, 2018 también me ha deparado muy buenas noticias. Incluso me ha convertido en protagonista de acontecimientos que jamás olvidaré. Y ahora como de lo que se trata es de seguir la prescripción psicológica y ver el vaso medio lleno, voy a hacer un somero repaso de los hechos más destacados del año que está por cerrarse. Los que me hicieron feliz. Un brindis por ellos.

1. El nacimiento de mi hija y el ser padre. Lo más bonito que he vivido en toda mi vida. Algo que me ha cambiado la rutina del día a día y la percepción sobre la misma. Un acontecimiento que no tuvo lugar antes por mor de mi enfermiza obsesión con el trabajo, lo que provocaba que nunca encontrase el momento ideal para ponerme manos a la obra. Además, el alumbramiento cumplió uno de mis grandes sueños de siempre: ser el papá de una niña.

2. La salud de los míos. Pese a que mis padres son ya mayores y tienen sus achaques no han visto empeorados sus estados, lo que viene a unirse al hecho de que mi cría y mi mujer no han sufrido ningún tipo de episodio grave.



3. La vuelta de Alma. Diez años después, y casi al rescate, regresó a mi vida aquella persona que retomó el título de mejor amiga. Y lo hizo para convertirse también en cómplice, confidente y guardiana de secretos que sólo ella conoce. En una persona con la que poder hablar de todo, incluso de fútbol. Una sorpresa muy agradable envuelta en papel celofán.

4. El haber iniciado mi reciclaje. A un paso lento, pero firme. La situación laboral a la que me vi abocado supuso que tuviera que coger el toro por los cuernos y comenzar a poner las bases del que será mi nuevo perfil laboral. Espero que en 2019 comience a sentirme en este sentido 'vivito y coleando' y pueda recoger frutos.

5. El recuerdo de Nick. Nick es un luchador al que descubrí cuando no era nadie, solo una promesa de los deportes de contacto. Y mientras estuvo activo fui dando fe de su progresivo crecimiento, lo que le llevó a convertirse en aspirante al título de España. Que  es algo que acabó consiguiendo en un combate en el que me esperaba, pero al que ya no asistí por encontrarme de baja. Pese a ello, y a que no lo felicité, tuvo el 'detallazo' de llamarme al día siguiente por teléfono.

SOBRE TODO, MIERDA


Me resulta más que razonable que los padres Laura Luelmo, la profesora de dibujo asesinada en El Campillo (Huelva), hayan realizado en las últimas horas un comunicado para solicitar a los medios de comunicación que "eviten polémicas, especulaciones, emisiones y comentarios públicos que sólo agravan" la angustia y el dolor que sienten por lo ocurrido. 

Aunque me temo que el manifiesto caerá en saco roto,  pone sobre la mesa el debate de hasta dónde se está llegando con tal de vender un periódico o lograr un clic en cualquier página web, en el caso de los medios escritos.




Yo he vivido esta peligrosa tendencia desde el otro lado de la trinchera, que es donde al mismo tiempo se aboga por una propensión a lo políticamente correcto que convierte este par de postulados en pura hipocresía. Para que nos entendamos, por un lado se te insta sutilmente a evitar en tus artículos vocablos como “polla”, “culo” o “mierda” –incluso aunque hayan sido pronunciados por el protagonista de tu información, vaya a ser que se sienta ofendido cualquier lector– y por otro te piden que seas prolífico en la búsqueda de temas humanos que aborden la miseria en sus más diferentes formas por escabrosos que puedan ser. Y todo, sin escatimar en detalles.

Así, por ejemplo, yo he llegado a ver en una portada desparramando sangre a la víctima mortal de un accidente de tráfico. Ahí, con dos cojones. Para que quede bien claro quién era el fiambre.  O  también he visto como en la introspección de una ONG como el Teléfono de la Esperanza se puede llegar a desechar a los actores constructivos –pongamos por caso las personas que soliviantan las penas del prójimo– y se convierten en objetivos periodísticos aquellos que bajo el manto de anonimato buscan palabras de ánimo al otro lado del hilo porque pueden estar viviendo situaciones límites que le hayan hecho incluso plantearse la opción de quitarse la vida. De este modo, si te haces con uno de estos últimos, y encima logras que te cuente hasta el más íntimo detalle de su tragedia, habrás triunfado. Con un titular como "me quise cortar las venas" presumirás por unas horas del simbólico título de periodista ejemplar que te otorgará el jefe de turno.

Es en síntesis la crisis de valores que se vive en el sector periodístico por la drástica reducción de ventas o de audiencias. La X en forma de rentable, e indecente, morbosidad, que ayuda a resolver la ecuación de los contables. 

Lo dicho: "polla", "culo"... pero sobre todo, "mierda".

viernes, 28 de diciembre de 2018

HAY QUE SER CRETINO



Si en este tiempo que llevo de baja no hubiese estado tan recluido y me hubiera dedicado a airear los comportamientos que tuvo conmigo el mediocre del narcisista compañero que me hizo la vida imposible más de uno ya me estaría dando la razón. Incluso, sin haber trabajado codo con codo con él como fue mi caso.

Y es que en una buena muestra de lo que ya da de sí su prepotencia y soberbia, el muchacho no ha tenido otra cosa que escribir en su estado de WhatsApp un mensaje casi idéntico al siguiente sin ningún tipo de icono que disfrace la amenaza velada:

“Tengo una serie de capacidades específicas que he adquirido a lo largo de mi trayectoria profesional y que pueden ser una pesadilla para usted”.




Ahí, con dos cojones, tras el adiós también de otros dos compañeros que estaban fijos y con los que se sabía que no tenía buena relación. Hay que ser cretino… pese a que la  frase venga entrecomillada y así tenga coartada para decir que no es suya.

Se ve que no le importa que descubran su verdadera cara todos los contactos que tendrá en la agenda, políticos, deportistas o jefes incluidos. De estos últimos es la verdadera culpa de que ande suelto por redacción semejante sujeto. Total, que para este tipo de majaderías se ve que alcanza incluso lo que habrá hecho por él su papá, un reconocido empresario de la zona con sobrada capacidad para invitar a los gerifaltes a determinados placeres.

Porque me van a perdonar la inmodestia, pero ese no es la mitad de periodista que yo. Por mucho que lo haya intentado hasta de perfil. Y por mucho que yo me esté viendo como me esté viendo y él siga ahí. Desparramando sus temores y complejos. 

Repito: para verdades, el tiempo.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

¿QUÉ HORAS SON, MI CORAZÓN?


Hoy concluyo este 26 de diciembre al que ya refería ayer con la amarga sensación de que hay razones más que de peso para que el especialista de la Seguridad Social me haya ampliado hoy la baja por espacio de 31 días más. Y ya no sólo me refiero a las concernientes al trastorno de ansiedad que tengo diagnosticado y que él mismo ha podido comprobar que sufro cuando me ha comunicado que mi nombre no estaba entre la relación de pacientes prevista, lo que me ha causado mucho nerviosismo y me ha obligado a realizar alguna gestión para que me pudiera tratar aunque fuera de urgencia. No. No sólo está ese desorden o el que derivó en estado depresivo. Aparte, puedo atestiguar, está que el que tengo en la cabeza, que hoy he vuelto a detectar que no me rige bien. Que no la tengo centrada ni con frescura.

Resulta que tras pasar por la consulta y llegar a casa me he puesto a divagar y he reparado en la conveniencia de que no vuelva a caer en el olvido una onomástica que es muy especial para mi mujer y para  mí: la del 1 de enero. El de 2003 fue el día que nos conocimos y aunque no empezamos a salir oficialmente hasta el 24 de febrero siempre consideramos la llegada de año nuevo como la fecha de nuestro aniversario. El año pasado ninguno de los dos caímos en el simbolismo del momento hasta bien entrada la tarde. Y es que tras las campanadas de rigor fuimos gobernados por los típicos nervios, las respectivas felicitaciones, la amargura por ausencia de mi suegro y sobre todo, la emoción que nos embargaba por la proximidad del nacimiento de mi hija. Y este año no quiero que vuelva a suceder lo mismo, me repetí también una vez entrada la tarde.



Incluso lo estuve pensando momentos antes de que ella llegase del trabajo y me recordase que hoy, 26 de diciembre, se celebraba su santo. Algo que había olvidado completamente y que se hubiera tratado de un descuido considerable por mi parte si no hubiese sido por la ironía de que su regalo se lo entregué la semana pasada tras haberlo comprado días antes. Porque es que ya estaba yo en ese asunto desde principios de mes.

No sé si ya he comentado en alguna ocasión que nunca creo que llegue a estar a la altura humana de mi mujer, que como era de esperar me ha disculpado en todo momento y no me ha reprochado nada. Pero eso no quita para que me haya sentido mal. Bastante mal. E incluso, para que empiece a creer que con todo lo que llevo encima puede que incluso llegue el momento en el que pierda aún más la noción del tiempo y lo que tenga que preguntarle sea aquello de ¿qué horas son, mi corazón? Una pena.

martes, 25 de diciembre de 2018

ANDREW DUSFRENE



Este lunes 26 de diciembre en el que debo volver a pasar por consulta para ver si se me renueva o no la baja médica me parece buen momento para explicar por qué en todo este proceso en el que he estado inactivo, y denuncié al medio que me pagaba,  me he venido comparando un poco con Andrew Dufresne. Con el protagonista de la película Cadena Perpetua, que es al que de hecho tomé prestado el nombre para firmar en este blog y así preservar mi identidad.

A saber. Como el protagonista de uno de los filmes mejor considerados de todos los tiempos me sentí condenado a la privación máxima de libertad desde el mismo momento en el que cambió totalmente mi suerte con el cambio de jefe. Desde entonces, se fiscalizaron todos mis movimientos y fui objeto de atención permanente, como si de un preso me tratara. Algo que como a Dusfrene, me llevó a un estado de ansiedad y depresión que me llevó a la reclusión en mi mundo interior.

Pero al igual también que el personaje de ficción interpretado por Tim Robbins elegí lo primero cuando el dilema que le se planteó fue empeñarse en vivir o empeñarse en morir. Él lo que hizo para ello fue ir acumulando pruebas de los delitos fiscales que cometían sus carceleros. Y yo, sumar muestras de que mi situación laboral era irregular. Y todo, mucho antes de que fuera castigado en el plano laboral sin ser merecedor de ello.




Sucede que desde 2009 pasé a ejercer como autónomo y comencé a trabajar en mi casa. Y sucede que así la comunicación con mis jefes y compañeros comenzó a ser muy fluida, pero por…email. Claro, para ellos era más cómodo no tener que descolgar el teléfono y encima, más rápido y menos engorroso si yo planteaba alguna objeción. Lo que pasa es que ante el riesgo de que luego se me acusara de no haber interpretado bien una instrucción, que es algo que comenzó a suceder, yo fui guardando cada una de sus comunicaciones. Una práctica que se convirtió en habitual hasta llegar a convertirse en rutina. Al punto de que tengo por escrito todo lo hablado en nueve años, que ya son años y muchas cosas de las que hablar, entre otras aquellas en las que se pone en evidencia que yo lo que vine siendo fue un falso autónomo. Y así, lo que comenzó siendo un escudo con el que defender mi posición ante malos entendidos se acabó convirtiendo en la lanza que les he remitido con la demanda.

Ahora, los fieles lectores de este blog entenderán por qué la empresa me ha hecho llegar extraoficialmente que voy a ganar dinero, muestra inequívoca de que quieren evitar el juicio que tienen todas las de perder. Y ahora, los fieles lectores de este blog terminarán de entender lo del símil con Dusfrane.

El de la película libró con éxito en Zihuatanejo su particular batalla contra la injusticia de la que fue objeto. Lo que pasa es que realmente yo no soy él ni lo que estoy viviendo es una película. Es una situación muy compleja en la que pese a todo los delincuentes tienen posibilidades de escapar sin ser detenidos por la justicia. Sobre todo si acometen cualquiera de sus habituales bajezas.