viernes, 30 de noviembre de 2018

EL DÍA DE LA MARMOTA


Esta mañana cuando me desperté más tarde de lo habitual por estar al cuidado de mi hija durante la madrugada me dije: cuando llegue el viernes tengo que volver a acudir a la cita del intercambio de inglés. Pero es que resulta que ¡¡¡hoy es viernes!!!, como bien me ha recordado pececilla mientras charlamos por teléfono. Y el ser consciente de que no era un error, de que verdaderamente es así, me ha caído como un jarro de agua fría más que animarme. 

Principalmente, porque me está dando la sensación de que estoy perdiendo la noción del tiempo. Desde que estoy de baja me construí un mundo paralelo a ese en el que me sentí maltratado. Y poco a poco fui llenando de actividades mi día a día sin tener referencias claras del momento en que me encuentro, pues, por ejemplo, no suelo seguir ningún programa de televisión semanal que sirva para situarme.

Pero es que aparte también me ha sentado mal que ya sea viernes porque tengo la sensación de que no aprovecho bien las horas. Los especialistas que me están tratando me dicen que vaya poco a poco, pero quisiera estar de productivo como cuando estaba activo. La quimera le pega una bofetada a mi auto-disciplina.

El caso es que ahora que recojo la brújula y hago repaso de la semana que ya tocó a su fin recuerdo que ya pasé por el lunes porque fue cuando visité a la psicóloga. Y también que hoy no podía ser miércoles porque entonces cuando pasé revisión con la médica de cabecera. Y así, claro, es más fácil discernir en qué momento estoy. Pero claro, el caso es que no suelo hacer repaso por estar más preocupado en rellenar mis horas que de otra cosa. Aunque quizás se deba todo a que la medicación me aturde un poco. O, a que, simplemente, estoy viviendo días sin huella de manera repetida. Como el de la Marmota.



jueves, 29 de noviembre de 2018

CON TU AYUDA, PECECILLA


Otra de las consecuencias de haberme entregado en cuerpo y alma a la empresa que tan mal me acabó tratando fue que me fui distanciando de los pocos amigos de verdad que uno tiene en la vida. Por eso, cuando comencé a percibir un poco de claridad en el laberinto en el que me encuentro ahora empecé a tender puentes hacia aquellos que por sus obras o sus formas de ser me resultan insustituibles. O, mejor dicho, imprescindibles.

Y una de las primeras puertas a la que toqué fue a la de ella. La de alguien que era tan especial  que, llegado el momento, dejé volar libre por su propio bien y también, por el mío. Pero con la que creé una relación de amistad tan sincera y profunda que no marchitó al paso de diez años.

Así, celebro sentirla nuevamente en la cercanía pese a que se encuentre físicamente a más de mil kilómetros. Y celebro también haber alcanzado la hondura necesaria en la relación como para poder referirle sin tapujos el cómo y el por qué de la separación, que, en honor a la verdad, no fue consecuencia de mi obcecada vocación. No, en este caso, la dedicación plena a mi oficio ‘sólo’ originó el retraso en el reencuentro. En la re-bienvenida a una persona a la que aprecio muchísimo y que me ha demostrado tener muy frescos ciertos recuerdos pese a que ahora dice tener memoria de pez, a lo que yo respondo que aceptamos barco como animal acuático. O de compañía. Con la suya, estoy seguro, me ayudará a salir del laberinto.



miércoles, 28 de noviembre de 2018

UN NARCISISTA EN LA CAÍDA A LOS INFIERNOS


Si te pisan el dedo gordo de un pie tu reacción natural, como mínimo, será lanzar un grito de dolor. Y si el gesto se repite a menudo lo más normal será que no sólo chilles, sino que encima te quejes. Será entonces cuando correrás el riesgo de convertirte en una persona conflictiva a ojos de quienes no te ven a diario, aquellos que quedan sujetos a los que tu agresor quiera contarles de ti.

Es uno de los muchos riesgos a los que queda sometido un (falso) autónomo como el que soy yo, alguien que se desempeña(ba) a diario aislado, ajeno al clima que se desarrollaba  en la empresa, a sus dimes y diretes, a las señales que son tan útiles no sólo para cumplir con los hábitos y lo conveniente sino para tu propia supervivencia como trabajador.

En ese contexto de oscuridad en el que encima eres objeto de engaños –no ves lo que realmente sucede y te has de creer, o  te sueles creer, lo que te cuentan compañeros a lo mejor con el único objeto de equivocarte para jugar en beneficio de sus propios intereses– es como vine siendo objeto de acoso laboral.

Una práctica que mina tu confianza, tus capacidades y que no está exenta de todo tipo de degradaciones, lo que ineludiblemente redunda en tu  bienestar personal. Porque, entre otras cosas, las órdenes se pueden convertir en gritos cuando ves claramente que son  contraproducentes no sólo para ti sino también para la empresa y por eso lo expresas. O porque a la más mínima que puedas rechistar (volvemos a lo de que te pisen el dedo gordo del pie) las directrices pueden ser más severas o humillantes.

En particular, uno de mis muchos problemas fue que tras ser invitado sutilmente a abandonar las funciones que muy diligentemente cumplía, y que merecieron incluso el reconocimiento de mis propios compañeros, fue ser sustituido por aquel a que los diversos estudios de jefes tóxicos califican como el narcisista. Un ser que en su día a día se manifiesta sin pudor como el más preparado para todo pero que en el fondo está cargado de muchísimos complejos, especialmente de inferioridad, según demuestran sus actos. 

Cuando yo hacía la labor que él ahora desempeña la exigencia era máxima, no sólo por lo alto que yo mismo me ponía el listón sino por la carga añadida de presión que él imprimía. Y una vez tomado el relevo, él hizo que las tornas cambiaran. Acogiéndose a su perfil de Twitter justificó el cambio de objetivos queriendo engañar a no sé quién, porque a mí no y estoy seguro que a él tampoco. Así, del “hay que intentar siempre ser los primeros en conseguir la noticia” con el que frecuentemente me bombardeaba, algo que a mí me obligaba a ir siempre al 100% y que a él le beneficiaba indirectamente por los réditos que podía conseguir de ello en su anterior desempeño, pasamos al “la consecución de exclusivas es un gesto de vanidad de periodistas, lo  más importante es informar bien, aunque sea tarde”. ¿¿¿Perdona????




Esa fue una de sus muchas. Una que no hace extrañar que me intentara apartarme de él tanto como pudiera, que por desgracia no fue mucho. Porque a pesar de ocupar otras funciones seguí teniendo dependencia de él, quedando por tanto a merced de sus miedos, fobias y filias.  Y, lo que es peor, de su ego. Así podía encargarte un reportaje que él mismo te reconocía que había rechazado (por la complejidad) y meterte la máxima prisa para que lo hicieras bajo la premisa de que debía ser publicado inmediatamente y luego encontrarte que tras los muchos esfuerzos que conducen al buen resultado finalmente no veía la luz hasta pasado un mes bajo las peregrinas excusas de que habían surgido temas más importantes (en realidad, insignificantes) que obligaban a meter tu tema en la nevera (la reserva).

O así podías encontrarte también con que descubrías una noticia que él se oponía a publicar porque a su juicio no estaba lo suficientemente contrastada, lo que podía dar pie a que la competencia la terminara cazando. O  incluso, a tu propia indignación, porque todo periodista que se precie de serlo presenta un tema en redacción cuando está lo suficientemente contrastado. Por eso que se viene a llamar oficio y profesionalidad, vaya. De ahí, entenderán ustedes, la paulatina falta de interés que fui mostrando en sacar a relucir mi olfato.

Bueno, pues todo eso es lo primero que puedo contar a bote pronto de uno de mis verdugos. No he  necesitado guión, pero sí que necesitaría mucho más espacio para dar cuenta de lo que dieron de sí sus prácticas. Especialmente, cuando de buenas a primeras, mi anterior jefe se prejubiló, este narcisista no lo sustituyó pese a que estaba postulado para ello y finalmente le compensaron dándole mis funciones, lo que nadie entendió porque repito yo estaba cumpliendo muy decentemente. Con este tipo me las tuve que ver a menudo mientras iba cayendo de forma paulatina al ostracismo profesional.






martes, 27 de noviembre de 2018

NO TE QUEJES


Ayer tuve conocimiento que un compañero de mi mujer al que conozco sólo de vista tiene un cáncer maligno justo al lado de la nariz. Y que incluso fue operado para proceder a la extirpación del bulto que le había salido, pero que aún seguía en peligro y por eso iban a realizarle varias exploraciones. Benjamín no tendrá más de cuarenta años. Y creo que tiene familia, mujer e hijos. Por eso, el espinoso asunto podría tornar en un verdadero drama. 

Y por eso también, me siento un poco egoísta, a la vez que afortunado, por 'sólo' cargar a mi espalda con la problemática laboral que sufro. Además, soy fumador desde hace no sé cuántos años y que no me haya salido nada malo parece que también es celebrar, a la vista del caso. De los millones de casos.

Pues eso, encima no te quejes.




lunes, 26 de noviembre de 2018

UN MILÍMETRO




Acostumbrado como estoy a dirigirme a grandes audiencias, me resulta una auténtica novedad que los ecos de este blog semi clandestino puedan no llegar a alcanzar más de un milímetro. La distancia justamente que siento que avanzo todos los días en aras de escapar de este laberinto en el que me encuentro. No es esperanzador que la suma de tantos esfuerzos o, al  menos, de unos cuantos, generen tan lentos progresos (o al menos así lo veo yo mientras estoy de bajonazo). Pero bien es verdad que ahora al menos sé dónde estoy y comienzo a tener claro qué es lo que quiero y lo que no.

Ayer escuchaba decir a la amiga de mi mujer que la solución a un determinado problema llega un día  de repente, sin esperarlo, como por sorpresa. Y es posible que así sea, porque en alguna otra oportunidad me ha sucedido. Pero la espera de ese golpe de fortuna puede resultar muy dura. Y ante eso, sólo queda agonizar o intentar 'disfrutar' del camino, lo cual también supone otro reto.

sábado, 24 de noviembre de 2018

VIVA LA VIDA


El cómo llegué hasta mi laberinto personal daría para escribir varios post. Pero el no querer recrearme en situaciones dolorosas y el ser plenamente consciente de que la actual es la sociedad con prisas me van a obligar a resumir tanto cuanto me sea posible. Nunca fui una súper estrella de los medios de  comunicación, pero el enamoramiento que siento por mi vocación, y es posible que hasta mis capacidades, sí que me llevaron a ser una de las primeras espadas de una publicación que presumía de ser líder en su ámbito regional. Pero el cambio estructural que se originó con la prejubilación de mi  jefe y la indisimulable reducción de ingresos que sufrió la empresa como consecuencia del avance de las nuevas tecnologías paulatinamente me fueron conduciendo al ostracismo profesional, al ocaso personal. Y ya los celos y las envidias hicieron el resto.

Por muy productivo que fuera, y hasta por  momentos  brillante  (perdónenme la vanidad, pero es que era así), siempre resultaba más barato ahorrar costes con la marcha del teórico autónomo que yo era, pues mi adiós teóricamente no iba a representar desembolso alguno, que con el despido de algún compañero aburguesado cuyo finiquito juntaría varios ceros por su larga antigüedad. Bajo esas premisas no es de extrañar el clima infernal en el que llegué a desarrollar mis dos últimos  años como periodista: Mobbing o acoso laboral e incluso el verme expuesto a situaciones que jurídicamente se conceptuarían como degradación justo al poco de nacer mi hija. Así fue todo. ¡Viva la vida!, sí, pero como la canta Coldplay. De cómo actué después emulando un poco a Andrew Dusfrene, el protagonista de Cadena Perpetua, ya daré cuenta más adelante.




viernes, 23 de noviembre de 2018

OTRO DÍA, OTRO DÍA


Con no tanta frecuencia como desearía, pero sí muy a menudo, le doy los buenos días a mi hija con una canción que he inventado con toda la intención  para la ocasión. “Otrooo díaaa, otroooo díaaa, para cantar, para bailar, para jugar, para dormir, para llorar, para pipí, para popó, para papá, para mamá”, le recito varias veces mientras la zarandeo e intento que empiece a comprender que existen multitud de cosas para encarar con buen ánimo las horas que  tiene por delante. Para que viva en plenitud y saboree hasta lo más insignificante. Es la máxima que me marqué al comprender que los recién nacidos llegan al mundo con el ‘disco duro’ vacío y que le acabarán haciendo frente bajo las premisas fundamentales que le sean inculcadas desde su más tierna infancia. La que ahora la retrata como un verdadero angelito.

Con mucha más frecuencia de la que desearía su padre ha venido encarando el amanecer con un tipo diferente de ‘otro día’. Cuando estaba siendo objeto de ‘mobbing’, con una tos atropellada que dicen que era fruto de la ansiedad, de la angustia que le ocasionaba el saber  que iba quedar sometido nuevamente a  sus acosadores. Y ahora que se encuentra de baja, con una desgana y apatía que es fruto de la oscuridad que percibe en su laberinto personal y que trata de combatir con medicación y con la  fuerza que le insuflan terceros para encontrar una salida. En un contexto de familia desestructurada por la separación de sus padres a él le fueron programando bajo otras premisas: rendir, producir, alcanzar la excelencia y ser responsable, muy responsable, frente a las diferentes encrucijadas de la vida. Y a fe que esto también le está resultando un lastre y le ha impedido reparar en muchos de los placeres de la vida

jueves, 22 de noviembre de 2018

¡QUÉ INJUSTO, ¿NO JEFE?!


Hubo un tiempo, bastante prolongado, y a veces todavía vigente, en el que deseé que las  dos personas que me hicieron la vida imposible en mi empresa pasaran también por sus respectivos calvarios. Que sufrieran auténticas desgracias que les hiciera recordar el mal que ellos habían causado y que es verdad aquello de que ‘el que no tiene su cruz, se la están construyendo’. Y todo, mis deseos digo, en base de que el Dios en que creemos los católicos tarde o temprano sacaría la libreta y ajustaría las cuentas, ayudándome a cobrar una especie de venganza personal. Pero el verme en el hoyo, y sobre todo, el tener tiempo de reflexionar acerca de todo, de lo humano y de lo divino, me condujo a la desazón de concluir que mis propósitos no tendrían un cumplimiento seguro por mor de la supuesta relación ‘tanto mal haces-tanto castigo tendrás’.
 
Mi suegro falleció a los 72 años después de una vida sufrida, entregada a su familia y en la que ejerció como padre ejemplar. Y en la que no  hubo ninguna providencia divina que saliera a su rescate a los 65, que es cuando le tocó jubilarse y no pudo disfrutar de su bien ganado tiempo de  ocio  porque ya estaba causando estragos los efectos de una penosa enfermedad originada posiblemente como consecuencia de un varapalo laboral previo. Y mi tío bajó a los infiernos mucho antes por una acusación infundada de apropiación indebida que le trasladó de la opulencia hasta el umbral de su pobreza para acabar falleciendo a mediana edad de un ataque al corazón justo el día antes de que saliera la sentencia que probaba su inocencia, que no adelantó por bien de su vida, y la de los suyos, ningún ser superior. 

La religión cristiana, la misma que desde chicos nos inculca una especie de precepto en el  que se relaciona hacer el bien con la obtención del bienestar y la prosperidad, justifica la contradicción alegando que Dios nos da libertad para seguir nuestro camino. Y que como consecuencia de eso se producen todo tipo de agresiones que pueden quedar impunes. Pues, ¡qué injusto, ¿no jefe?! Ahora que me expliquen cómo en la búsqueda de una salida me puedo sentir ayudado por el de arriba. Máxime cuando hay otros muchos en mayor necesidad que la mía.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

LUCHA DE GIGANTES


Tengo 41 años y me encuentro en un laberinto. Profesional, pero sobre todo, personal. Existencial, diría. El mobbing del que fui objeto durante dos años en la empresa a la que consagré mi vida me llevó al colapso, a un grado insoportable de ansiedad. A un cuadro depresivo que me llevó incluso a planteármelo todo, hasta lo que resultaría indecente por observar que soy padre, soy esposo y soy hijo. Y aunque hablo en pasado, lo cierto es que llevo de baja más de seis meses porque no me encuentro bien. Con más frecuencia de la deseada, ronda la amenaza y floto a duras penas en un mar de confusión en el que la corriente no amaina. Sobre el flotador de la medicación, y del asesoramiento médico, pero sobre todo psicológico, trato de encontrar un afluente, una salida. Y dejando testimonio de ello no pretendo ganar un Pulitzer ni tampoco concitar a las masas, sino sólo desahogarme y así ayudarme a vencer en lo que verdaderamente está resultando una Lucha de Gigantes.



Ah, se me olvidaba, mi nombre es Andrew Dufresne y mi enemigo, o uno de ellos, es un monstruo de papel, como canta Antonio Vega.