El cómo llegué hasta mi
laberinto personal daría para escribir varios post. Pero el no querer recrearme
en situaciones dolorosas y el ser plenamente consciente de que la actual es la
sociedad con prisas me van a obligar a resumir
tanto cuanto me sea posible. Nunca fui una súper estrella de los medios
de comunicación, pero el enamoramiento
que siento por mi vocación, y es posible que hasta mis capacidades, sí que me llevaron
a ser una de las primeras espadas de una publicación que presumía de ser líder
en su ámbito regional. Pero el cambio estructural que se originó con la prejubilación de
mi jefe y la indisimulable reducción de
ingresos que sufrió la empresa como consecuencia del avance de las nuevas
tecnologías paulatinamente me fueron conduciendo
al ostracismo profesional, al ocaso personal. Y ya los celos y las envidias
hicieron el resto.
Por muy productivo que fuera, y hasta por momentos brillante (perdónenme la vanidad, pero es que era así), siempre resultaba más barato ahorrar costes con la marcha del teórico autónomo que yo era, pues mi adiós teóricamente no iba a representar desembolso alguno, que con el despido de algún compañero aburguesado cuyo finiquito juntaría varios ceros por su larga antigüedad. Bajo esas premisas no es de extrañar el clima infernal en el que llegué a desarrollar mis dos últimos años como periodista: Mobbing o acoso laboral e incluso el verme expuesto a situaciones que jurídicamente se conceptuarían como degradación justo al poco de nacer mi hija. Así fue todo. ¡Viva la vida!, sí, pero como la canta Coldplay. De cómo actué después emulando un poco a Andrew Dusfrene, el protagonista de Cadena Perpetua, ya daré cuenta más adelante.
Por muy productivo que fuera, y hasta por momentos brillante (perdónenme la vanidad, pero es que era así), siempre resultaba más barato ahorrar costes con la marcha del teórico autónomo que yo era, pues mi adiós teóricamente no iba a representar desembolso alguno, que con el despido de algún compañero aburguesado cuyo finiquito juntaría varios ceros por su larga antigüedad. Bajo esas premisas no es de extrañar el clima infernal en el que llegué a desarrollar mis dos últimos años como periodista: Mobbing o acoso laboral e incluso el verme expuesto a situaciones que jurídicamente se conceptuarían como degradación justo al poco de nacer mi hija. Así fue todo. ¡Viva la vida!, sí, pero como la canta Coldplay. De cómo actué después emulando un poco a Andrew Dusfrene, el protagonista de Cadena Perpetua, ya daré cuenta más adelante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario