sábado, 24 de noviembre de 2018

VIVA LA VIDA


El cómo llegué hasta mi laberinto personal daría para escribir varios post. Pero el no querer recrearme en situaciones dolorosas y el ser plenamente consciente de que la actual es la sociedad con prisas me van a obligar a resumir tanto cuanto me sea posible. Nunca fui una súper estrella de los medios de  comunicación, pero el enamoramiento que siento por mi vocación, y es posible que hasta mis capacidades, sí que me llevaron a ser una de las primeras espadas de una publicación que presumía de ser líder en su ámbito regional. Pero el cambio estructural que se originó con la prejubilación de mi  jefe y la indisimulable reducción de ingresos que sufrió la empresa como consecuencia del avance de las nuevas tecnologías paulatinamente me fueron conduciendo al ostracismo profesional, al ocaso personal. Y ya los celos y las envidias hicieron el resto.

Por muy productivo que fuera, y hasta por  momentos  brillante  (perdónenme la vanidad, pero es que era así), siempre resultaba más barato ahorrar costes con la marcha del teórico autónomo que yo era, pues mi adiós teóricamente no iba a representar desembolso alguno, que con el despido de algún compañero aburguesado cuyo finiquito juntaría varios ceros por su larga antigüedad. Bajo esas premisas no es de extrañar el clima infernal en el que llegué a desarrollar mis dos últimos  años como periodista: Mobbing o acoso laboral e incluso el verme expuesto a situaciones que jurídicamente se conceptuarían como degradación justo al poco de nacer mi hija. Así fue todo. ¡Viva la vida!, sí, pero como la canta Coldplay. De cómo actué después emulando un poco a Andrew Dusfrene, el protagonista de Cadena Perpetua, ya daré cuenta más adelante.




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