jueves, 29 de noviembre de 2018

CON TU AYUDA, PECECILLA


Otra de las consecuencias de haberme entregado en cuerpo y alma a la empresa que tan mal me acabó tratando fue que me fui distanciando de los pocos amigos de verdad que uno tiene en la vida. Por eso, cuando comencé a percibir un poco de claridad en el laberinto en el que me encuentro ahora empecé a tender puentes hacia aquellos que por sus obras o sus formas de ser me resultan insustituibles. O, mejor dicho, imprescindibles.

Y una de las primeras puertas a la que toqué fue a la de ella. La de alguien que era tan especial  que, llegado el momento, dejé volar libre por su propio bien y también, por el mío. Pero con la que creé una relación de amistad tan sincera y profunda que no marchitó al paso de diez años.

Así, celebro sentirla nuevamente en la cercanía pese a que se encuentre físicamente a más de mil kilómetros. Y celebro también haber alcanzado la hondura necesaria en la relación como para poder referirle sin tapujos el cómo y el por qué de la separación, que, en honor a la verdad, no fue consecuencia de mi obcecada vocación. No, en este caso, la dedicación plena a mi oficio ‘sólo’ originó el retraso en el reencuentro. En la re-bienvenida a una persona a la que aprecio muchísimo y que me ha demostrado tener muy frescos ciertos recuerdos pese a que ahora dice tener memoria de pez, a lo que yo respondo que aceptamos barco como animal acuático. O de compañía. Con la suya, estoy seguro, me ayudará a salir del laberinto.



No hay comentarios:

Publicar un comentario