miércoles, 28 de noviembre de 2018

UN NARCISISTA EN LA CAÍDA A LOS INFIERNOS


Si te pisan el dedo gordo de un pie tu reacción natural, como mínimo, será lanzar un grito de dolor. Y si el gesto se repite a menudo lo más normal será que no sólo chilles, sino que encima te quejes. Será entonces cuando correrás el riesgo de convertirte en una persona conflictiva a ojos de quienes no te ven a diario, aquellos que quedan sujetos a los que tu agresor quiera contarles de ti.

Es uno de los muchos riesgos a los que queda sometido un (falso) autónomo como el que soy yo, alguien que se desempeña(ba) a diario aislado, ajeno al clima que se desarrollaba  en la empresa, a sus dimes y diretes, a las señales que son tan útiles no sólo para cumplir con los hábitos y lo conveniente sino para tu propia supervivencia como trabajador.

En ese contexto de oscuridad en el que encima eres objeto de engaños –no ves lo que realmente sucede y te has de creer, o  te sueles creer, lo que te cuentan compañeros a lo mejor con el único objeto de equivocarte para jugar en beneficio de sus propios intereses– es como vine siendo objeto de acoso laboral.

Una práctica que mina tu confianza, tus capacidades y que no está exenta de todo tipo de degradaciones, lo que ineludiblemente redunda en tu  bienestar personal. Porque, entre otras cosas, las órdenes se pueden convertir en gritos cuando ves claramente que son  contraproducentes no sólo para ti sino también para la empresa y por eso lo expresas. O porque a la más mínima que puedas rechistar (volvemos a lo de que te pisen el dedo gordo del pie) las directrices pueden ser más severas o humillantes.

En particular, uno de mis muchos problemas fue que tras ser invitado sutilmente a abandonar las funciones que muy diligentemente cumplía, y que merecieron incluso el reconocimiento de mis propios compañeros, fue ser sustituido por aquel a que los diversos estudios de jefes tóxicos califican como el narcisista. Un ser que en su día a día se manifiesta sin pudor como el más preparado para todo pero que en el fondo está cargado de muchísimos complejos, especialmente de inferioridad, según demuestran sus actos. 

Cuando yo hacía la labor que él ahora desempeña la exigencia era máxima, no sólo por lo alto que yo mismo me ponía el listón sino por la carga añadida de presión que él imprimía. Y una vez tomado el relevo, él hizo que las tornas cambiaran. Acogiéndose a su perfil de Twitter justificó el cambio de objetivos queriendo engañar a no sé quién, porque a mí no y estoy seguro que a él tampoco. Así, del “hay que intentar siempre ser los primeros en conseguir la noticia” con el que frecuentemente me bombardeaba, algo que a mí me obligaba a ir siempre al 100% y que a él le beneficiaba indirectamente por los réditos que podía conseguir de ello en su anterior desempeño, pasamos al “la consecución de exclusivas es un gesto de vanidad de periodistas, lo  más importante es informar bien, aunque sea tarde”. ¿¿¿Perdona????




Esa fue una de sus muchas. Una que no hace extrañar que me intentara apartarme de él tanto como pudiera, que por desgracia no fue mucho. Porque a pesar de ocupar otras funciones seguí teniendo dependencia de él, quedando por tanto a merced de sus miedos, fobias y filias.  Y, lo que es peor, de su ego. Así podía encargarte un reportaje que él mismo te reconocía que había rechazado (por la complejidad) y meterte la máxima prisa para que lo hicieras bajo la premisa de que debía ser publicado inmediatamente y luego encontrarte que tras los muchos esfuerzos que conducen al buen resultado finalmente no veía la luz hasta pasado un mes bajo las peregrinas excusas de que habían surgido temas más importantes (en realidad, insignificantes) que obligaban a meter tu tema en la nevera (la reserva).

O así podías encontrarte también con que descubrías una noticia que él se oponía a publicar porque a su juicio no estaba lo suficientemente contrastada, lo que podía dar pie a que la competencia la terminara cazando. O  incluso, a tu propia indignación, porque todo periodista que se precie de serlo presenta un tema en redacción cuando está lo suficientemente contrastado. Por eso que se viene a llamar oficio y profesionalidad, vaya. De ahí, entenderán ustedes, la paulatina falta de interés que fui mostrando en sacar a relucir mi olfato.

Bueno, pues todo eso es lo primero que puedo contar a bote pronto de uno de mis verdugos. No he  necesitado guión, pero sí que necesitaría mucho más espacio para dar cuenta de lo que dieron de sí sus prácticas. Especialmente, cuando de buenas a primeras, mi anterior jefe se prejubiló, este narcisista no lo sustituyó pese a que estaba postulado para ello y finalmente le compensaron dándole mis funciones, lo que nadie entendió porque repito yo estaba cumpliendo muy decentemente. Con este tipo me las tuve que ver a menudo mientras iba cayendo de forma paulatina al ostracismo profesional.






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