jueves, 22 de noviembre de 2018

¡QUÉ INJUSTO, ¿NO JEFE?!


Hubo un tiempo, bastante prolongado, y a veces todavía vigente, en el que deseé que las  dos personas que me hicieron la vida imposible en mi empresa pasaran también por sus respectivos calvarios. Que sufrieran auténticas desgracias que les hiciera recordar el mal que ellos habían causado y que es verdad aquello de que ‘el que no tiene su cruz, se la están construyendo’. Y todo, mis deseos digo, en base de que el Dios en que creemos los católicos tarde o temprano sacaría la libreta y ajustaría las cuentas, ayudándome a cobrar una especie de venganza personal. Pero el verme en el hoyo, y sobre todo, el tener tiempo de reflexionar acerca de todo, de lo humano y de lo divino, me condujo a la desazón de concluir que mis propósitos no tendrían un cumplimiento seguro por mor de la supuesta relación ‘tanto mal haces-tanto castigo tendrás’.
 
Mi suegro falleció a los 72 años después de una vida sufrida, entregada a su familia y en la que ejerció como padre ejemplar. Y en la que no  hubo ninguna providencia divina que saliera a su rescate a los 65, que es cuando le tocó jubilarse y no pudo disfrutar de su bien ganado tiempo de  ocio  porque ya estaba causando estragos los efectos de una penosa enfermedad originada posiblemente como consecuencia de un varapalo laboral previo. Y mi tío bajó a los infiernos mucho antes por una acusación infundada de apropiación indebida que le trasladó de la opulencia hasta el umbral de su pobreza para acabar falleciendo a mediana edad de un ataque al corazón justo el día antes de que saliera la sentencia que probaba su inocencia, que no adelantó por bien de su vida, y la de los suyos, ningún ser superior. 

La religión cristiana, la misma que desde chicos nos inculca una especie de precepto en el  que se relaciona hacer el bien con la obtención del bienestar y la prosperidad, justifica la contradicción alegando que Dios nos da libertad para seguir nuestro camino. Y que como consecuencia de eso se producen todo tipo de agresiones que pueden quedar impunes. Pues, ¡qué injusto, ¿no jefe?! Ahora que me expliquen cómo en la búsqueda de una salida me puedo sentir ayudado por el de arriba. Máxime cuando hay otros muchos en mayor necesidad que la mía.

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