viernes, 23 de noviembre de 2018

OTRO DÍA, OTRO DÍA


Con no tanta frecuencia como desearía, pero sí muy a menudo, le doy los buenos días a mi hija con una canción que he inventado con toda la intención  para la ocasión. “Otrooo díaaa, otroooo díaaa, para cantar, para bailar, para jugar, para dormir, para llorar, para pipí, para popó, para papá, para mamá”, le recito varias veces mientras la zarandeo e intento que empiece a comprender que existen multitud de cosas para encarar con buen ánimo las horas que  tiene por delante. Para que viva en plenitud y saboree hasta lo más insignificante. Es la máxima que me marqué al comprender que los recién nacidos llegan al mundo con el ‘disco duro’ vacío y que le acabarán haciendo frente bajo las premisas fundamentales que le sean inculcadas desde su más tierna infancia. La que ahora la retrata como un verdadero angelito.

Con mucha más frecuencia de la que desearía su padre ha venido encarando el amanecer con un tipo diferente de ‘otro día’. Cuando estaba siendo objeto de ‘mobbing’, con una tos atropellada que dicen que era fruto de la ansiedad, de la angustia que le ocasionaba el saber  que iba quedar sometido nuevamente a  sus acosadores. Y ahora que se encuentra de baja, con una desgana y apatía que es fruto de la oscuridad que percibe en su laberinto personal y que trata de combatir con medicación y con la  fuerza que le insuflan terceros para encontrar una salida. En un contexto de familia desestructurada por la separación de sus padres a él le fueron programando bajo otras premisas: rendir, producir, alcanzar la excelencia y ser responsable, muy responsable, frente a las diferentes encrucijadas de la vida. Y a fe que esto también le está resultando un lastre y le ha impedido reparar en muchos de los placeres de la vida

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