La verdadera catadura moral
del medio para el que he venido durante veinte años llega con los ecos
extraoficiales que me llegan después de que yo los llevase al juzgado. Según
estos, yo “voy a ganar dinero” porque son conscientes de que tendría “muy fácil demostrar que he sido
falso autónomo”, lo que invita a pensar que pretenden llegar a un acuerdo que
les evite un juicio en el que efectivamente tendrían todas las de perder. Y que
aparte de una buena multa, el tener que ajustar cuentas con Seguridad Social o
proporcionarme un puesto de trabajo fijo podría suponerles un auténtico cataclismo a nivel nacional por el
precedente que sentaría la sentencia.
Hasta ahí, bien. El caso
está en que los ecos no cesan con el reconocimiento de su derrota, sino con un
aviso a navegantes, en este caso yo. “Ahora bien, que se despida de trabajar en
otros medios”, amenazan como si se trataran de la mafia. Como recordando el
poder e influjo que pueden tener en
otros medios. Así son de simpáticos, por no decir de hijos de puta.
El caso es que más allá de
que yo fuera al juzgado teniendo claro o no esta posibilidad me sigue llamando la
atención su poca altitud de miras, su exceso de prepotencia. ¿Y si yo pensara cambiar de vida empleándome en otros sectores? O ¿Y si yo ahora
estuviera estudiando inglés para trabajar en el extranjero una vez resuelto el litigio? ¿Y si el empresario
que me quisiera contratar estuviera dispuesto a esperar todo lo necesario para
favorecer mis intereses? ¿Y si encima mi mujer, que siempre me apoya en todo y está cuando más la necesito, estuviera dispuesta a hacer las maletas
conmigo por tener asegurado también un puesto en mi mismo destino laboral?
¿¿¿Dónde cojones quedaría entonces su poder para hacerme daño??? Qué torpes, Dios mío.
Y qué manera de seguir
calentándome la cabeza cuando ésta no se encuentra ahora precisamente para estas batallas.
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