jueves, 20 de diciembre de 2018

VERDADES EN CUEROS


Ya lo tengo más que confirmado. Uno de los peores tragos que tiene el encontrarte de baja, que ya es de por sí doloso por la causa que lo ha provocado, es pasar por las revisiones médicas a las que te obliga la legalidad. En concreto, por las que tienen lugar en las consultas de psiquiatras que se encargan de ¿velar por tu bienestar y mejora? mientras revisan tu estado en un contexto feo, de total incomodidad.

El de la mutua, que es la entidad que te paga a final de mes con todo lo que ello supone, más que hacerme preguntas sobre cómo voy evolucionando, o qué hábitos tengo (alimenticios o deportivos),  orienta su discurso a lo que él entiende que me conviene. Que curiosamente también es lo que le conviene a la mutua. Así, se convierte en toda una suerte de orientador laboral, o falso amigo, que sin embargo no permite espacio, ni crea el contexto adecuado, para que te sientas cómodo. Y claro, así es difícil que puedas desnudar tus pensamientos y que llegue a entender por qué cojones no siempre surten los efectos deseados sus malditos lexatines.

Pero es que no le anda a la zaga el psiquiatra de la Seguridad Social, que es al que me cuentan que le pueden llegar a sancionar si en un determinado plazo de tiempo tiene de baja a una cantidad X de pacientes. El de mi caso, es más frío aún que el anterior y encima te atiende acompañado siempre de becarios, lo cual hace más complicado aún que te ‘exhibas’ y le cuentes todo lo que pasa por tu cabeza. Además, no deja de recordarme que mi problema es de origen laboral y que esos se dilucidan en los juzgados. Vamos, como si el problema no tuviera trascendencia en mi estado psicológico o como si yo ya no hubiera presentado mi correspondiente denuncia (la cual merece por si sola un post).





Total, que con esos condicionantes lo tengo crudo para aprovechar bien mis diez minutos que me suelen conceder y hacerles ver que por momentos las estoy pasando putísimas, lo cual resulta hasta humillante porque es que se tratan de auténticos desconocidos y yo encima soy muy pudoroso.

El caso es que ni siquiera he podido pasar hoy por ese trago cuando me ha tocado vérmelas con el primero, al otro ya lo vi anteayer. Y es que después de unas pocas preguntas de rigor en las que me ha vuelto a poner de manifiesto que no conoce de mi caso tanto como debiera me ha soltado a bocajarro que la baja por mi trastorno de ansiedad –en realidad también trastorno de depresión como él mismo diagnosticó por escrito– está “superando los cánones de recuperación”. Y que en un plazo no muy lejano se opondrá a que yo siga de baja, algo que decidiría en última instancia la médica de cabecera. Y claro, ahí ya le he replicado, porque la rabia se me ha terminado de descontrolar al observar que el aviso a quemarropa ni siquiera ha venido precedido por alguna pregunta que le hubiera permitido detectar si me estoy acercando o no a mi puesta a punto. Han pasado ya ocho meses desde que estoy fuera de combate y eso ya es mucho (pagar) ha  debido de pensar el muy...profesional.

En consecuencia, he elevado una queja a donde tenía que elevarla. Y he pasado una mañana de disgusto que ya me inhabilita para esta tarde y que me ha obligado a contactar con la psicóloga, pues es que me empiezo a dar miedo para estas fiestas. 

¿Dije fiestas? Si es de verdad que las hay que las disfrute el que pueda, que yo me siento cada vez más cerca de la silla eléctrica. Así, como suena. Es mi verdad en cueros, la que no ven, ni quieren, estos jodidos psiquiatras.




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