domingo, 23 de diciembre de 2018

PERDIDO EN OTRA DIMENSIÓN


Lo comentaba en su momento con la psicóloga, antes de que se marchara de vacaciones.

Por el complejo a parecer lo que no queremos parecer, la excesiva tendencia de la gente a hacer creer a los demás que sus vidas son maravillosas se ha visto aún más acentuada con la proliferación de las redes sociales. Por las plataformas a las que veo que se suele acudir para exteriorizar pasajes agradables, o momentos felices que, quizás, son sólo el falso espejismo de existencias mucho más sombrías que las que se proyectan. Lo digo yo, que tengo más de 5000 amigos entre dos cuentas de Facebook y unos 700 o así en Instagram y de esta manera me he acostumbrado a ver de todo

El tema está en que tanta profusión de alegría, o tanta proyección de felicidad, por muy falsa que pueda llegar a ser, termina por hacer mella y a veces me hace sentirme la excepción, aislado. Alguien que encima siente el temor de amargar a los demás con su única presencia. Alguien, en definitiva, que es como el capitán de una nave que "llamando a la tierra", "esperando una contestación", detecta que "no hay señal de de vida humana" y termina "perdido en otra dimensión". 




Bien sabe Dios, si es que es de verdad que existe, que siempre me he alegrado de que las cosas le vayan bien a la gente que quiero o aprecio. Para esos, lo mejor, y lo digo de auténtico corazón. Distinto es, sigo reconociendo, lo que pueda desearle a los que me han dañado de alguna manera y sin ninguna razón. Sin acción previa por mi parte. Para estos otros, casi suplico por que sufran la mayor de las desgracias. Entre mis pecados capitales no se encuentra la envidia, pero sí el rencor. Y por eso he de admitir que no me alegro cuando los veo proyectar felicidad entre tantos y tantos desconocidos que también presumen de vidas ejemplares.

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