martes, 4 de diciembre de 2018

PARAÍSOS ARTIFICIALES


Comprendí que mi estado depresivo había alcanzado un punto crítico cuando me reconocí un sábado andando de un lado a otro de la cocina presa de la ansiedad. Era primerísima hora y lo que rondaba por mi cabeza no era cualquier cosa, sino qué hacer con mi vida y sin descartar nada. Y cuando digo nada, es nada. Un rato antes me había tomado el lexatín y la paroxetina correspondientes a la prescripción médica y todo apuntaba a que poco después iba a tener que ingerir un par de valerianas y un buen trago de tila, que son los ‘condimentos’ con los que me había venido acostumbrado a llegar medio a salvo hasta el mediodía.

Recuerdo que entonces lo peor no era la confusión que me gobernaba o la 'dieta' que me esperaba, que cada vez surtía menos efecto, sino ¡el hecho de que iba a tener en mi casa a mi mujer y mi hija por ser el día que era! y que claro, así iba a tener que salir forzosamente de la rutina que llevaba en el mundo paralelo que yo creé para evadirme del real en el que me sentía agredido. Lamentable fue tener ese sentimiento de agobio frente a las personas que más quiero. Pero más deplorable todavía fue pensar en quitarme la vida aun siendo consciente de lo mucho que me iban a poder necesitar a posteriori. Pero esa fue la realidad.




Y la luz de emergencia para que pidiera todo tipo de ayuda, porque es que realmente me vi tocando fondo. Y así llegué de nuevo hasta la psicóloga  a la que comencé a visitar desde que en 2016 se acrecentaron los problemas en el trabajo. Y así fue como me encomendé a todas y cada una de las sugerencias que me hizo esperando encontrar una tabla de salvación. Una  fue que creara este blog, que es donde me desahogo mientras compruebo cómo crece en visitas poco a poco. Y otra, salir a andar con rumbo fijo y paso ligero durante una hora justo después de levantarme, que es cuando más le atenaza la ansiedad a un depresivo.

El caso es que ambas medidas están surtiendo efectos positivos, especialmente lo de las caminatas, pues ya en las mañanas están quedando a salvo de las peores tentaciones. Dijo Séneca que "no hay camino que no tenga fin". Pero puede también -añado parafraseando a Eskorzo- que "eso dé igual y nos baste con sólo un instante de paz infinita y tranquilidad viajando a paraísos artificiales, buscando la llave de la felicidad".


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