Ahora que me estoy
reciclando, porque veo que tengo que
cambiar de oficio entre lo quemado que estoy y las amenazas que me están
lanzando, he de admitir que como periodista llegué a ser muy feliz. Y viví
experiencias únicas, algunas fruto de auténticos golpes de fortuna, de
verdaderos regalos de la vida, que me sirvieron para encontrar el premio a mi trabajo, para
realizarme plenamente como profesional.
Una de ellas fue poder
cumplir el sueño de todo profesional del sector: encontrar información valiosísima, de
primera mano y sin tener que hacer investigación, como llovida del cielo. Recuerdo:
Resulta que un día llamé al móvil a un alto cargo de
un club deportivo para ver qué le podía sonsacar. Y resulta también que en vez
de rechazarme la llamada lo que hizo fue aceptarla, pero sin darse cuenta. Con
tan mala suerte para él, y tan buena para mí, que en ese justo instante se encontraba en una reunión
decisiva en la que participaban el dueño y el presidente de la entidad y en la que lo que se debatía no era cualquier tema menor, sino nada más y nada menos que los fichajes estrella que se iban a hacer de cara a una temporada histórica. Que es algo de lo que encima me
pude enterar muy bien porque es que el móvil se encontraba muy cerca de la conversación.
Pese a que yo por entonces no tenía todavía instalado en el móvil un grabador de llamadas automático, ya se pueden imaginar lo que sentí en el cuerpo. Y no sólo por el momento en que tuvo lugar el suceso sino porque al buscar por internet el nombre de los jugadores que el equipo quería contratar las noticias que encontré hacía que cuadrara todo: uno acababa de marcharse del conjunto donde se encontraba, el otro se correspondía al perfil de futbolista que se buscaba por la dirección deportiva y un tercero acababa de fichar por el equipo que solía prestar jugadores a ese otro del que yo me ocupaba. Buah, fue la hostia. Lo más grande que me ha sucedido mientras estuve en ejercicio. Repaso lo sucedido y me acuerdo que mientras aguantaba como podía la respiración para no hacer el más mínimo ruido tomaba nota de lo que se decía sin poder evitar que la excitación del momento me produjera tembleques en las manos. Como imaginarán saqué todo el provecho que pude de lo 'recaudado' sin contar cómo me llegó aquello que fui conociendo hasta que el incauto se dio cuenta de que tenía el móvil activo. Ja, ja.... menuda carita se le tuvo que quedar al ver que estaba viva la llamada que le había hecho minutos antes.
Pese a que yo por entonces no tenía todavía instalado en el móvil un grabador de llamadas automático, ya se pueden imaginar lo que sentí en el cuerpo. Y no sólo por el momento en que tuvo lugar el suceso sino porque al buscar por internet el nombre de los jugadores que el equipo quería contratar las noticias que encontré hacía que cuadrara todo: uno acababa de marcharse del conjunto donde se encontraba, el otro se correspondía al perfil de futbolista que se buscaba por la dirección deportiva y un tercero acababa de fichar por el equipo que solía prestar jugadores a ese otro del que yo me ocupaba. Buah, fue la hostia. Lo más grande que me ha sucedido mientras estuve en ejercicio. Repaso lo sucedido y me acuerdo que mientras aguantaba como podía la respiración para no hacer el más mínimo ruido tomaba nota de lo que se decía sin poder evitar que la excitación del momento me produjera tembleques en las manos. Como imaginarán saqué todo el provecho que pude de lo 'recaudado' sin contar cómo me llegó aquello que fui conociendo hasta que el incauto se dio cuenta de que tenía el móvil activo. Ja, ja.... menuda carita se le tuvo que quedar al ver que estaba viva la llamada que le había hecho minutos antes.
Y viene este orgasmo
profesional a colación porque ayer volví a refrendar que a veces lo que el azar
te regala no es oro en paño, sino hostias a manos abiertas. Auténticos
infortunios que pueden crear peligrosos cismas y que, en el caso que relato, me convirtieron sin pretenderlo en agresor de alguien al que jamás querría hacer daño. Y menos ahora, que vuelvo a comprobar que tiene un corazón que no le cabe en el pecho. Pongamos que la otra noche mandé
un email a una personita súper apreciada por mí. Y pongamos que lo que ponía era
bastante íntimo, fruto de una conversación previa. Y pongamos finalmente que
por una macabra concatenación de factores el escrito -que no era de lo que parece- terminara leyéndolo su
marido. Joder, qué putada. Cuando lo supe me quedé KO. Roto. Ahora el destino lo que me envió no son besos, sino una cruel puñalada. Lo pienso y estoy
todavía que no me lo creo…
Lo tengo claro, lo principal ahora es que ella salga
‘ilesa’ del entuerto, pues en ningún caso se merece esta jugarreta de la
fatalidad. Máxime, insisto, cuando está teniendo conmigo un comportamiento para quitarse el sombrero, dándome alegría de vivir. Mientras tanto, lo de menos es que todo lo
malo pueda caer sobre mis espaldas. Sea cual sea el peso de la losa y me duela cuanto me duela en el alma, porque es que voy a dejar nuestro futuro en manos de la dañada, a la que voy a hacer saber que, pase lo que pase, saldré de este laberinto. Que esté tranquila por eso.
Ya ven, así de hija de puta puede llegar a ser también esta especie de ruleta de la fortuna a la que estamos expuestos todos.
Ya ven, así de hija de puta puede llegar a ser también esta especie de ruleta de la fortuna a la que estamos expuestos todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario