Lo tengo más que asumido por
la trayectoria de mi padre. Y por la
propia, que me ha sometido ya a varios
vaivenes. En la profesión de periodista cobra aún mayor valor la máxima de
tanto tienes, tanto vales. Y eso es algo que incluso se puede poner de
manifiesto en contextos como los que nos encontramos ahora.
En años pasados, en los que
mi nombre lucía resplandeciente sobre el papel, invertía buena parte de la
tarde del día 24 de diciembre en responder de forma personalizada la desmesurada cantidad de mensajes que
recibía felicitándome las fiestas, pese a que algunos procedían de personas que
casi ni conocía o que otros eran
simplemente los de corta, copia y pega con los que el personal se suele ahorrar
el trabajo de la creación literaria.
Sin embargo, en este año, en
el que llevo ya varios meses fuera de combate, lo que vaticino para el día de
Nochebuena es una tarde mucho más descansada. Y eso es algo que asumo con
resignación, casi sin pesar, podría decir, porque siempre entendí la cierta
carga de hipocresía que antaño podía
contener los “deseos de corazón” que se me trasladaban.
Eso sí, el primero y único
mensaje que ya he recibido me ha sorprendido tanto como me ha emocionado. Volvió
a provenir de un señor mayor, cercano ya al centenario, que aún me sigue agradeciendo
que hace ya unos veinte meses lo convirtiera en protagonista por sus
sorprendentes capacidades para seguir practicando un determinado deporte. Su
cariñoso e-mail, de no más de seis líneas, contenía también un deseo para sí: que Dios
le siguiera dando salud para seguir felicitándome las fiestas "durante mucho
años". "Bueno, algunos más", terminaba precisando con sincera y entrañable
resignación. Y eso es algo que ya terminó
de llenarme el alma.
Mi deseo para él lo convertí
en un emplazamiento para las Navidades de los próximos años, en los que estoy
seguro –le decía– que iban a volver a tener su espacio los afectos mutuos que existen entre nosotros.
Y para la tarde de este 24, mi deseo es que que el 'filtro' que seguro taponará mi móvil no
impida la llegada de las pocas felicitaciones que de verdad me haría ilusión
recibir. Que no se olviden de mí los imprescindibles.
Por lo pronto, yo cumplo con mi parte: felices fiestas de corazón para la cada vez mayor legión de seguidores que está teniendo este blog
semi-clandestino.
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