Ahora que se aproxima la
celebración del sorteo de la Lotería de Navidad se me viene a la memoria el
caso de un dirigente deportivo que al conocer que la institución que
representaba había vendido el número agraciado con el premio gordo no tuvo
mejor idea que guardar en el cajón de su escritorio uno de los tacos que se
quedaron sin vender. Y también, que luego los canjeó en pesetas para acabar convirtiendo en más que considerable su riqueza. Hasta entonces, no sabía que
esas cosas se podían hacer, pero en su caso se hizo. O, al menos, no se molestó
en desmentir las habladurías que corrieron como la pólvora ni tan siquiera las indirectas de los periodistas.
Viene esto a cuento porque
este año no he gastado apenas nada en lo que me sacaría de algún apuro. Ni
ganas he tenido, ni siquiera esperanzas como en el pasado, que es cuando
invertía un buen capital con la ilusión de que no tocara precisamente el cupón que
hubiera convertido también en adinerados a algunos de los que me hicieron la
vida imposible.
La riqueza sería sólo para ellos este año. Pero, pese a todo, y visto lo visto, yo ya me siento
afortunado. Tengo una hija maravillosa, una mujer que me quiere con locura y unos amigos que
son pocos, pero merecen muchísimo la pena y sigo apreciando con devoción allá donde se encuentran. Con
ellos, comparto mis inquietudes, alegrías e intento que las menos penas posibles. Pero sobre todo, mi salud.
Mi premio gordo. El primer paso hacia lo que espero que se convierta en felicidad.
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