Hubo un tiempo en que sí y
de manera muy rotunda. En que los medios de comunicación ejercían un gran
influjo sobre la sociedad en relación a todo tipo de cuestiones, especialmente aquellas
que no sólo respondían a los intereses de la ciudadanía sino también a los
propios, y en las que por tanto ponían el acento. Por ejemplo, las políticas. A
los medios provincianos no les resulta igual que esté en el poder una formación u otra por la complicidad
que puede generarse en el flujo de información (siempre mejor las filtraciones que las notas de prensa que son para todos). O, lo
que es más importante, por la cuantía de dinero público que los
correspondientes alcaldes o los presidentes de las Diputaciones van a estar
dispuestos a gastarse en promocionar ciertas actividades, con los consiguientes
beneficios que ello acarrea en los medios que las divulgan. Que no es cuestión baladí, precisamente.
Y de eso es más que
consciente un periodista, a quien de
forma literal se le puede llegar a explicar que la seguridad de su puesto de
trabajo podría depender de las ventas o las audiencias, pero también de
los ingresos publicitarios. O incluso de manera más sutil, pero igualmente
clarificadora. Así, en tiempos de elecciones yo he llegado a ver junto a la
mesa de redacción de los mandamases una bandera de cierto grupo político
plantada como si se tratara de un árbol. Y claro, eso condiciona a un
profesional en aras de mantener su libertad e independencia aunque se encuentre en ejercicio en otras áreas no estrechamente ligadas a la política.
Y es que siempre hay un Concejal de Cultura al que cuestionar cómo reparte el
presupuesto de su cartera o un Concejal de Deportes susceptible también de
crítica en función de cómo gestiona sus recursos.
Por fortuna, retomo, la irrupción de
las nuevas tecnologías, y las redes sociales, está acabando con esta perversión
que nace del interés de los medios en que los lectores, oyentes o tele espectadores voten a quienes a ellos
les interesa. Aunque el ejemplo más claro de todo ello no sea precisamente tranquilizador.
VOX, la controvertida formación que ha irrumpido en el parlamento de
Andalucía con 12 diputados, supo capear muy bien el ninguneo al que le
sometieron casi todas las teles, las radios y los periódicos. Y todo, por vía de acentuar su presencia en Facebook o Twitter. Y
así no sólo han conseguido representación, sino que pueden llegar a dar legitimidad a planteamientos que bordean los límites de
la constitucionalidad. O incluso, a señas xenófobas. Alimentando al monstruo de
la rabia generada entre la ciudadanía gracias a la corrupción generalizada, los ultraderechistas pueden incluso conseguir que se olvide
que el hombre no es más que un hombre. Y que tus manos son mi bandera. Y no
precisamente la que yo vi clavada.
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