La misma persona que me
felicitaba por mi pericia y habilidad para conseguir exclusivas informativas,
que es justo también la que sacaba réditos económicos de ellas a final de año porque le
pagaban una prima en función del tráfico
de visitas que se generaba en la página web, es la que terminó por convertirse
en mi principal hostigador. Fundamentalmente, cuando pasó a ocupar las
funciones que yo había desempeñado tan diligentemente que llegado el momento en que se me sugirió
que las dejara me sentí como el entrenador que es cesado después de haber
ganado un par de competiciones. Con el equipo líder.
El caso es que para
machacarme laboral y anímicamente este sujeto se valió de muy diferentes fórmulas, todas
devastadoras y a fuego lento. La primera, pasar a tratarme como a un becario después de que yo
hubiera disfrutado de cierta consideración y estatus. Para justificar sus
decisiones apelaba al cumplimiento de ciertas normas o costumbres que sólo
beneficiaban sus intereses –muchas veces ni los de la empresa que nos pagaba– y
que únicamente suelen desconocer quien está recién incorporado a un determinado
centro, no alguien como yo que sumaba veinte años en el que me encontraba. Y la
segunda, recordarme continuamente cuál era mi condición laboral, a priori
autónomo en régimen de colaborador, para que siempre tuviera claro que su
posición era bastante superior a la mía, con todo lo que ello suponía a la hora
de quedar al arbitrio de sus caprichosos criterios e instrucciones. O de menospreciar mis pensamientos y planteamientos.
Así, todo sea dicho, también alimentaba su ego, pues aunque en el
exterior suele pronunciar un discurso que le hace pasar por un ser humilde y
comedido, en realidad se trata de una persona que necesita ver a los demás en
un rango inferior, aunque técnicamente no se trate del jefe. Lo cual también
explica que tras la fachada de profesional dialogante que salta a primera vista
se trate de un auténtico déspota, principalmente a la hora de dar órdenes. O de
repetírtelas en tono dictatorial para asegurarse de que me había enterado y
que había pasado por un verdadero tonto, como si no las hubiera comprendido a
la primera. Y todo, con independencia de que alrededor hubiera gente o no,
porque no fueron pocas las ocasiones en las que me sacó los colores delante de
ajenos o me dio voces en reuniones ante compañeros.
Pero hubo más. Porque, por
ejemplo, se preocupó en cerrarme todas las fuentes oficiales que pudo, lo cual
motivó que para conseguir información de determinados entidades antes tuviera
que pasar por él, quien así se convirtió en el único interlocutor válido frente
a los jefes de prensa ante los que yo quedaba devaluado y desacreditado. Por
añadidura, de esta manera se reservaba el derecho a realizar una determinada criba
a mis planes o investigaciones, pues al conocer de ellos tenía potestad para
frenarlos si no resultaban positivos (para sus intereses).
Por si fuera poco, el tiempo
que yo dedicaba a mejorar mis trabajos él lo podía invertir en hacerme un
incansable seguimiento por redes, supongo que al objeto de que lo que
comentaras, sobre todo en relación a nuestro ámbito, no pusiera en entredicho
lo que él solía propugnar sin dar margen a que se le pudiera rebatir. Este
planteamiento, que hacía por ejemplo que te crearas una cuenta en cualquier red
y al poco cursara su invitación para seguirte, lo acercaba más a la figura del
acosador. Y acabó motivando que optara por ausentarme del plano digital, donde
el marcaje era tan estrecho que suponía que ante cualquier cosa que yo pusiera él rápidamente
me hiciera ver que la había detectado con
un simple comentario o un ‘like’.
Eso fue al final. Al
principio lo que consiguió en el ámbito de internet es que dejara de hacer un
blog que a la par que prestigio me supuso verdaderos dolores de cabeza porque
tenía más visitas que el suyo y eso me hacía pagar un peaje.Y al final lo que logró fue la degradación que pretendió con preregrinas excusas desde el minuto uno para marcar distancias entre él y yo, para que quedara claro quien estaba arriba y quien abajo.
Como el otro artículo que le
dediqué este tardé muy poco en elaborarlo. Y como aquel, se me vuelve a quedar
corto. Pero, por fortuna, ya sé lo que quiero. Dibujé una puerta violeta en la pared y al entrar me liberé. Ahora sólo queda que no desvanezca antes, que tenga suerte y puedan cumplirse mis planes.
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