jueves, 6 de diciembre de 2018

EL HOSTIGAMIENTO


La misma persona que me felicitaba por mi pericia y habilidad para conseguir exclusivas informativas, que es justo también la que sacaba réditos económicos de ellas a final de año porque le pagaban una prima  en función del tráfico de visitas que se generaba en la página web, es la que terminó por convertirse en mi principal hostigador. Fundamentalmente, cuando pasó a ocupar las funciones que yo había desempeñado tan diligentemente que llegado el momento en que se me sugirió que las dejara me sentí como el entrenador que es cesado después de haber ganado un par de competiciones. Con el equipo líder.

El caso es que para machacarme laboral y anímicamente este sujeto se valió de muy diferentes fórmulas, todas devastadoras y a fuego lento. La primera, pasar a tratarme como a un becario después de que yo hubiera disfrutado de cierta consideración y estatus. Para justificar sus decisiones apelaba al cumplimiento de ciertas normas o costumbres que sólo beneficiaban sus intereses –muchas veces ni los de la empresa que nos pagaba– y que únicamente suelen desconocer quien está recién incorporado a un determinado centro, no alguien como yo que sumaba veinte años en el que me encontraba. Y la segunda, recordarme continuamente cuál era mi condición laboral, a priori autónomo en régimen de colaborador, para que siempre tuviera claro que su posición era bastante superior a la mía, con todo lo que ello suponía a la hora de quedar al arbitrio de sus caprichosos criterios e instrucciones. O de menospreciar mis pensamientos y planteamientos.

Así, todo sea dicho,  también alimentaba su ego, pues aunque en el exterior suele pronunciar un discurso que le hace pasar por un ser humilde y comedido, en realidad se trata de una persona que necesita ver a los demás en un rango inferior, aunque técnicamente no se trate del jefe. Lo cual también explica que tras la fachada de profesional dialogante que salta a primera vista se trate de un auténtico déspota, principalmente a la hora de dar órdenes. O de repetírtelas en tono dictatorial para  asegurarse de que me había enterado y que había pasado por un verdadero tonto, como si no las hubiera comprendido a la primera. Y todo, con independencia de que alrededor hubiera gente o no, porque no fueron pocas las ocasiones en las que me sacó los colores delante de ajenos o me dio voces en reuniones ante compañeros.


Pero hubo más. Porque, por ejemplo, se preocupó en cerrarme todas las fuentes oficiales que pudo, lo cual motivó que para conseguir información de determinados entidades antes tuviera que pasar por él, quien así se convirtió en el único interlocutor válido frente a los jefes de prensa ante los que yo quedaba devaluado y desacreditado. Por añadidura, de esta manera se reservaba el derecho a realizar una determinada criba a mis planes o investigaciones, pues al conocer de ellos tenía potestad para frenarlos si no resultaban positivos (para sus intereses).

Por si fuera poco, el tiempo que yo dedicaba a mejorar mis trabajos él lo podía invertir en hacerme un incansable seguimiento por redes, supongo que al objeto de que lo que comentaras, sobre todo en relación a nuestro ámbito, no pusiera en entredicho lo que él solía propugnar sin dar margen a que se le pudiera rebatir. Este planteamiento, que hacía por ejemplo que te crearas una cuenta en cualquier red y al poco cursara su invitación para seguirte, lo acercaba más a la figura del acosador. Y acabó motivando que optara por ausentarme del plano digital, donde el marcaje era tan estrecho que suponía que ante cualquier cosa que yo pusiera él rápidamente me hiciera ver que la había detectado con  un simple comentario o un ‘like’.

Eso fue al final. Al principio lo que consiguió en el ámbito de internet es que dejara de hacer un blog que a la par que prestigio me supuso verdaderos dolores de cabeza porque tenía más visitas que el suyo y eso me hacía pagar un peaje.Y al final lo que logró fue la degradación que pretendió con preregrinas excusas desde el minuto uno para marcar distancias entre él y yo, para que quedara claro quien estaba arriba y quien abajo.

Como el otro artículo que le dediqué este tardé muy poco en elaborarlo. Y como aquel, se me vuelve a quedar corto. Pero, por fortuna, ya sé lo que quiero. Dibujé una puerta violeta en la pared y al entrar me liberé. Ahora sólo queda que no desvanezca antes, que tenga suerte y puedan cumplirse mis planes. 

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