He conocido de empresarios
que se emborracharon de poder, que se
creían inmunes ante la ilegalidad, que incluso presumían sin pudor de tener
capacidad e influencia para orientar el criterio de los jueces y que ahora
están temblando ante la proximidad de unas sentencias que (todo apunta que) serán condenatorias.
He sabido de constructores
que vivieron por encima de sus posibilidades, derrocharon y se esnifaron el
dinero de humildes compradores y decentes proveedores a los que abocaron a la
ruina, hasta que dieron con sus huesos en un sombrío penal después de dejar también sin casas a los familiares que los avalaron.
Además, he tenido constancia
de dirigentes deportivos que reincidían en la golfería porque nunca los cazaban,
llegaron a creerse más listos que la ley y ahora suplican cada día para no
tener que pagar también con cárcel cada una de sus fechorías.
Por si fuera poco, he visto cómo regidores que lograron perpetuarse en el cargo y que así degeneraron en la
soberbia del bastón de mando, sucumbieron ante la tentación del dinero ilegal y fueron apresados al salir de casa, que quizás no vuelvan a pisar hasta pasado un buen tiempo.
Y finalmente he visto la
humillación a la que fueron sometidos periodistas que un día se creyeron
intocables, los jefes del chiringuito, y terminaron arrugándose, y arrastrándose, ante los abusos de la empresa que un día les hizo fuertes.
Han pasado meses, años o
incluso décadas, sí, eso es cierto, pero a todos aquellos que se creyeron por encima del bien o el
mal, abusando del poder, de influencias, o de canalladas, los he visto caer de una u otra manera. De
cerca y con mis propios ojos. Como a las torres gemelas.
Por eso, he de admitir, se hace más liviano
y llevadero el rencor que siento por aquellos que quisieron hacerme la vida
imposible eliminándome del mapa. Aquellos que me han echado de la profesión, como dice mi psiquiatra, y me han obligado a reinventarme. "Tú arrea, por si el karma
no existiera”, cantaba a modo de rap una de las deportistas más curiosas que
jamás he conocido. Pero sé, por experiencia, que no hará falta, que el karma
sí que arrea. Que nada permanece, todo se desvanece.
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