Hay señales que parece que
me está enviando la vida y que no pienso ignorar. Y es que resulta que a un viejo amigo
de la infancia le ha entrado un ataque de melancolía y ha creado un grupo de WhatsApp
al objeto de reunir a aquellos chavales que formamos una gran pandilla en el barrio donde crecí. En el lugar donde contábamos todos con todos y alargábamos las noches de viernes con un "quédate conmigo" dirigido al que amagaba con volver a casa y dejarte solo.
A mí, hasta hace poco, estas
cosas me daban un poco de yuyu. Porque aunque es verdad que siempre me
supuso un inmenso placer reencontrarme con aquellos que contextualizan los
mejores pasajes de mi vida, los que me retrotraen a capítulos inolvidables de la infancia,
también pensé que siempre corría el riesgo de cruzarme con el típico atravesado que sabía
que no te iba mal y que te empezaba a tocar los cojoncillos a cuenta de no sé
qué pollada. Suena pedante, o a lo mejor hasta a paranoia, lo sé, pero es verdad que siempre tuve la piel muy fina y que el que ha estado en mi situación sabe que digo
las cosas como son.
Ahora bien, aunque ahora
esta posibilidad se multiplica por dos, pues va a resultar, ya lo verán, que el
que jamás leía antes el periódico sí que lo hacía y de cabo a rabo, con las
consiguientes dudas que le habrán creado mi ausencia, voy a tener otra nueva
oportunidad de saldar cuentas pendientes si es de verdad que quedamos. Pero conmigo mismo, y con independencia de que en el grupo ya me hayan lanzado alguna indirecta que no me hizo gracia.
Me explico. Es frecuente que
me queje un poco de mi soledad, de que haya echado en falta el apoyo de gente que creía que estaría, pero también es hora de que me plantee qué pude
hacer yo mal para que esto haya acabado siendo así. Y a bote pronto advierto
que fui un pelín dejado. Que quizás no estuve a la altura de quien esperaba que
me hubiera prodigado más con los cafés y las cervezas aunque sólo fuera para
convertirme en el delator de chismes de deportistas.
Tengo coartada, sí. Porque
después de trabajar de martes a domingo como una mala bestia lo que me pedía el cuerpo la mayoría de los lunes en que descansaba era aprovechar para estar tirado en el sofá.
Tirado o dormido, porque podía tener la cabeza como un auténtico bombo. Pero
aún así, admito que sacando un rato de aquí, o un rato de allá, se puede
cumplir con todo. Y, de hecho, estoy disfrutando de un ejemplo que me debe
poner en el camino.
Es el de Alma, mi mejor amiga, que ayer mismo se almorzó una pizza mientras me escuchaba. Y encima, sin permitirme que al final le diera las gracias. Para comérsela (ya saben que me refiero a la pizza) y para que yo mismo tome nota de cómo se hacen las cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario