Ironías del destino. Justo en aquel verano de 1999 en el que Café
Quijano comenzaba a cimentar su éxito con el lanzamiento de una canción que acabó convirtiéndose en la señera de su carrera, éste que escribe lloraba la ausencia de
una chica también llamada Dolores.
Me roneó, me enamoró y justo
cuando fui a declararme me dijo que tenía novio. Y cuando yo opté por
distanciarme, lo dejó para iniciar conmigo una relación que se rompió por
dejarse caer nuevamente en los brazos de su ex. Fueron diez meses muy intensos que me enseñaron a saber lo que no quería
en una mujer, que inspiraron mi conversión en un atrevido del sexo y que
dieron paso a años de paulatino distanciamiento en los que reafirmé la idea de que ella no era la mía, especialmente por
su frialdad. Al punto incluso de que la dejé esperando cuando me dijo que yo era el único hombre con
el que le pondría los cuernos a su santo (ja, ja, “el único”). Y todo, pese a
que me sigue poniendo tanto como antes y pese a que medio llegamos a orquestar un reencuentro frustrado por mis remordimientos. Por mi convencimiento de que si algún día daba el paso de serle infiel a mi esposa ella no merecía ser la escogida.
Ahora que iniciamos un nuevo
año y que trato de despejar de mi vida cualquier tipo de elemento pernicioso reparo en ella, que podía llegar a serlo y mucho. Y también me fijo en que se cumplen ocho meses ya desde que perdimos el contacto. Le dije
que me había puesto de baja, ella ni
siquiera preguntó la razón quizás por el despecho del desplante, yo me alegré de no haber dado ningún paso y a continuación borré su número de la agenda, para evitar
tentaciones.
Por eso, y pese a ser
consciente de que la vida da muchísimas vueltas, y de que nunca puedes decir 'de este agua no beberé', ahora veo pocas opciones de
que el destino me vuelva a cruzar con esta mujer que mayoritariamente me trae
malos recuerdos. Pero también, dicho esto en su favor, alguna que otra erección y sobre todo los
ecos de una advertencia en la que tenía toda la razón.
No fueron pocas las veces en
que me animó a ser padre, a no dejar muy tarde la tarea de la descendencia. Y
ahora que ya la creé y que las cuentas de ser abuelo no me acaban de salir,
lamento no haberle hecho caso. Y más teniendo en cuenta la razón de índole profesional por la que fui
aplazando el asunto. Espero perdonármelo algún día. Mientras tanto me consuelo saboreando cada segundo que la vida me permite compartir con mi hija.
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