Ver derrumbarse a mi tío, al
gran profesional de la información que fue durante algo más de veinte años, se trató de una de las grandes lecciones que recibí de cara a mi aterrizaje en ese embriagador, pero a la vez pernicioso, mundo del
periodismo en el que finalmente me introduje siendo vocacional y en el que fui creciendo como autodidacta.
Acostumbrado como estuvo a
desempeñarse en el grupo periodístico más selecto en España de los años ochenta,
trabajando codo con codo con compañeros de ‘Tiki y Taka’ e incluso con algún
truhán propio de Mujeres, Hombres y Viceversa, a mi tío le resultó muy duro caer en el
olvido. Principalmente, insisto, porque su nombre estuvo muy en lo alto del cartel. O porque otros profesionales del sector, con los que alternaba más noches que días, le habrían podido
echar una mano para rescatarle del paro. En definitiva, toda
una suerte de drama que viví de
cerca viéndolo hundirse en el sillón pero que, por fortuna, acabó superando con el paso del tiempo.
Aunque claro, ya por
entonces yo había aprendido lo qué no iba a hacer si algún día lograba
seguir sus pasos. Al punto de que me acabé convirtiendo en un periodista poco al uso. Huí
de los falsos amigos, convertidos en aduladores, y pocas veces me dejé ver en ‘saraos’
del gremio. Por eso tampoco es de extrañar que tampoco me prodigara en exceso
en los programas de diferentes medios a los que frecuentemente era invitado,
aunque esto no respondía a mi poco agrado por representar el rol de periodista
de uno de los medios más importantes de la ciudad sino a otra lógica. Esta es, tiempo
que invertía en ‘codearme’ y en alimentar mi ego era tiempo que perdía en trabajar e investigar. ¿Craso
error? Puede que sí, sobre todo ahora que lo que se lleva es el periodista que se cree más importante que la noticia. El que antepone su opinión a la información.
O puede que no que no me equivocara. En primer
lugar, porque tampoco creo que esa gente
me hubiera podido ayudar ahora, porque es que aparte de sus posibilidades eran,
y son, limitadas en un sector que poco a poco se cae en pedazos, tampoco es que
fueran amigos. Y fundamentalmente, porque huyendo de hipocresías y vanidades indigestas
yo fui a lo mío y me acostumbré a retroalimentarme con placeres de los mal llamados menores. De hecho, aquellos lunes en que descansaba generalmente prefería pasarlos
en chándal. Cómodo y haciendo lo que me gustaba, que a lo mejor era simplemente
estar tirado en el sofá o estar con mis colegas de toda la vida en la placeta en que vivía. Alejado de un mundo que sabía que era de mentira.
Así, y sin tampoco prodigarme en redes sociales, aunque esto fue por otras razones, fue como alimenté una
cierta fama de 'rara avis', de bohemio, de excéntrico. Eso es rigurosamente cierto, qué disparate: excéntrico por querer estar detrás de la cortina tras tantísima exposición como a la que estaba sometido. Pero bueno, así fue
como también me preparé sin saberlo para esos otros lunes al sol que ahora estoy viviendo. Y eso sí que lo estoy agradeciendo en la tarea de levantarme. Que lo haré. Que nadie lo dude.
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