En términos económicos tengo
lo que me he ganado en el ejercicio de mi profesión, ni más ni menos. Y el
lustre que le doy es consecuencia de cómo lo he administrado, sin grandes
ostentaciones pero tampoco sin privarme
de lo que he estimado conveniente o necesario.
Saco a relucir el tema ahora
que las cuentas no me salen, que ingreso por baja menos de lo que gasto y que
lógicamente tengo que tirar de ahorros. Eso sí, este ejercicio que me parece desagradable
(no por ser una persona agarrada sino
por no estar habituado a ello) lo hago con el convencimiento de que obré
correctamente cuando ejercí como profesional y me mantuve alejado de los sobres.
Cuando no quise sucumbir frente a las cuatro ocasiones en que fui tentado para obtener un dinero ‘extra’
por cauces poco éticos. Porque, hablando en plata y sin remilgos, es rigurosamente
cierto aquello de que siendo periodista corres el riesgo de que te quieran
sobornar. Por lo menos, en mi caso.
La brecha se abrió allá por julio
de 2009, que es cuando un futbolista con mucho talento pero sin formación de
ningún tipo me ofreció una comisión por el supuesto fichaje del que podría ser
objeto en caso de que yo quisiera promocionarlo. Y lo cierto es que no me lo acabé de tomar mal
porque, insisto, el chaval no daba para mucho, aunque sí que le dejé claro
que mi valoración sobre él no
estaría condicionado a ningún tipo de dádiva sino a lo que diera de sí su rendimiento en aquel final de Liga. Y la suerte que tuvo es que brilló a buen nivel, por lo que lo seguí destacándolo sin complejos
pero ya guardando las distancias. Al poco, acabó fichando por el filial del
Celta valiéndose sólo de sus méritos.
Más inteligente fue, por el
contrario, un dirigente deportivo en los veranos de 2014 y 2015. Consciente en
todo momento de que no iba a tragar con según qué, y de que
no iba a aceptar de ninguna de las maneras escribir a cambio de prebendas, lo que intentó precisamente fue
que no escribiera. Y no precisamente por el ánimo de evitar mi crítica, sino para
impedir que sus gestiones se vinieran abajo. Sí, como suena. Todo se explica porque que llegó un
momento que tuve tal dominio de fuentes y de contactos que me era relativamente
sencillo desvelar los jugadores que
quería el club en el que este incauto trabajaba. Y claro, eso representaba un peligro para sus
intereses porque suponía poner en alerta a rivales directos, que podían
inmiscuirse en las negociaciones y en último término encarecer las
contrataciones. Ojo, que la cuestión no era baladí porque se ponía en juego mucho dinero. De modo que para evitar lo que se ve que tuvo que haber ocurrido algunas veces previas lo
que intentaron fue pagarme meses de vacaciones veraniegas. Es decir, que cuando volviera de
las que me concedía la empresa tuviera
algunas extra, a cargo de la entidad que temía mis exclusivas y revelaciones. El caso es que no sé hasta dónde podría haber viajado, porque tampoco conocí lo que podría haber gastado, pues con una sonrisa de
circunstancias rechacé en rotundo el par de ofrecimientos y así no permití que
se me explicaran mejor los planes.
Más fuerte todavía fue lo
que intentó otro dirigente en el otoño de 2012. Consciente de mis capacidades, pero
sobre todo de mi influencia, lo que pretendió fue comprarme queriendo
convertirme en la persona que, por una determinada cantidad de dinero, y desde
la sombra, dirigiera y orientara los medios de comunicación oficiales del club al
que representaba, con los cuales no estaba muy contento. Que es algo que yo no podía hacer por falta
de tiempo pero sobre todo, porque eso me hubiera condicionado para desarrollar
libremente las funciones que tenía encomendadas en el periódico. Pero como para
poder prodigarme en estas tareas con una necesaria amplitud de fuentes tampoco me interesaba
quedar mal con él lo que hice fue pedirle una cifra desorbitada, que sabía que no me iba a pagar. Y aunque con el ‘no’
que me dio por respuesta pareció entender a la perfección la ‘jugada’ que le
había hecho, siempre tuvo que quedarle la duda y con ello no tuvo que sentir
dañado su orgullo, lo cual también era importante. Y es que, según a qué escalas, las
personas pueden tener mucho ego e irritarlo más de la cuenta puede ser contraproducente.
Y hasta aquí lo que entiendo
que fue también un ejercicio de prudencia. De honestidad. De lo que hace
cualquier periodista que se precie de serlo, que tampoco me traté de un héroe o una
excepción. Otra cosa bien diferente fue cómo
me quiso atacar alguna cucaracha a cuenta de sus propios intereses y de lo mucho que conseguía sonsacarle informativamente a alguno de los
anteriores. Pero lo de ese tipejo me lo guardo para otro día. Ahora voy a seguir echando cuentas entre lo que me gasto e ingreso. Que antes era justamente lo que venía recogido en nómina.
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