martes, 8 de enero de 2019

LO IMPORTANTE


Que sea objeto de revisión médica y te digan que tu niña está perfectamente de salud el día en el que cumple un año es el mejor regalo que puede recibir un padre. Una satisfacción comparable con muy pocas cosas que he podido experimentar hoy. 

Ya ven, cuando era sólo un feto le vaticinaron que existía un “alto riesgo” de que presentara en vida algún "tipo de minusvalía" por ser el suyo un embarazo de riesgo debido a la edad de sus padres. Incluso, un ginecólogo que presume de ser el mejor de la ciudad, llegó a preguntarnos a la madre y a mí si estábamos “dispuestos a ser padres de una criatura mongólica”. Así, con dos cojones, sin anestesia y previo pago de los 130 trompos que  nos costó la consulta que rápidamente buscamos por pulsar una segunda opinión. Justo en aquella en la que, sin embargo, sólo encontramos ineptitud. Porque si la previsión del especialista de la Seguridad Social de la que les hablaba al principio había desvariado por no haber sido incluido un dígito en no sé qué cómputo clave, la de este segundo ni siquiera reparó en ese fallo.




Sin duda, un imperdonable error que fue detectado y corregido por otra profesional de la sanidad pública que evitó que la agonía, y el desconcierto, se fuera más allá de una semana.

Por fortuna, ahora miro atrás y veo que todo aquello quedó en anécdota. Mi hija, la que amansa mi dolor con su alegría, está sana y fuerte como un roble. Jamona, como dice su prima. Lozana, como apostilló yo con el convencimiento de que eso, y sólo eso, es lo que tiene que ser verdaderamente importante en mi vida. Lo demás, o casi todo lo demás, debe ser secundario. Y que le den por culo al demonio.

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