miércoles, 16 de enero de 2019

MI HOMENAJE


Hoy se cumplen dos años desde que nos dejara mi suegro. El suegro que todo hombre quisiera tener. Aquejado de una penosa enfermedad que convirtió en un tormento los últimos capítulos de su vida, pudo descansar en paz mientras dejaba una huella imborrable entre todos cuantos lo conocimos. Entre aquellos que supimos de su bondad, de su sencillez, su prudencia y sus largos silencios.

Tengo una anécdota maravillosa que resume a la perfección de quien se trataba este buen hombre. Este señor que lo era de su casa (y de su familia) y que me acogió con los brazos abiertos pese a que llegué para llevarme a su "grande". 

Resulta que a los pocos días de comprarme mi flamante coche de segunda mano me lo llevé al sitio en el que trabajaba. Y resulta que a la salida de una larga jornada laboral una compañera me pidió que la llevara a casa, con tan mala fortuna que tras acceder a su pretensión la batería del Seat se descargó al parar en un semáforo en rojo. Y allí que me quedé clavado yo, con mi vehículo recién ‘estrenado’ y una señorita en minifalda a la una de la madrugada de un lunes cualquiera. Casi nada.

O, mejor dicho, nada. Porque yo de coches, tieso. Y ya de baterías menos todavía. Pero es que encima, tan pegado estaba yo como conductor que ni se me ocurrió llamar al seguro, que lo tenía pagado. Tela. Por si fuera poco, el mecánico que había hecho de mediador en la venta, primo de mi mujer, con el móvil apagado. Y claro, yo me quería morir en aquella carretera de Aragón que era tan larga que ni se le veía el final.



Total, que tras darle muchas vueltas a la cabeza, el remedio fue pedir auxilio a mi suegro por medio de la hija, a la que expliqué la situación con todo lujo de detalles (sic). Y así hasta que al rato apareció el hombre, que no sólo me sacó del apuro sino que asumió el problema con total naturalidad y jamás me dijo nada de la compañía. Ni una mala cara, ni una indirecta y ni un comentario. Bien, pues como esa podría contar varias más.

Por eso que no le extrañe a nadie que lo quisiera tanto o que deseara con todas mis fuerzas que como hizo con su hija le hubiese transferido por genética a la mía algo de su forma de ser. O incluso, que me pese como una auténtica losa el no haber estado a la altura cuando se fue apagando poco a poco. Hablamos de mediados de 2016 y yo ya estaba atrapado por mi problemática laboral, por los puteos que dieron paso a la ansiedad y el trastorno depresivo. Al estar ausente cuando quizás se hubiera necesitado de mi ayuda con él. 

No es excusa, lo sé. Pero al menos me queda la tranquilidad de haberle tratado con anterioridad tan bien como se merecía. Me ganó, me tuvo y le dí todo cuanto pude (sin que pidiera nada) porque lo único que recibí de él fueron estímulos positivos. Eso fue lo que le bastó conmigo a este gran ser humano. 

Por eso, en este que se trata del post número cincuenta del blog, no encuentro mejor motivo que rendirle un pequeño homenaje. Tu yerno y tu nieta te quieren. 


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